sábado, 30 de enero de 2016

Sus párpados blancos


"Sus labios entonan, se prolongan en arco de violín, 
se prolongan en el hilo del tedio, 
el hilo del tedio y el hilo de la araña. 
Por el hilo de la araña baja la luna, 
por el hilo del tedio suben las manzanas." 
José Lezama Lima

No trataré de recordar la música 
ni la enorme cantidad de abejas 
encima de toda tu cabeza blanca. 

No tratarás de estar callado, 
preferirás estar nadando lentamente 
a través de mis olas rizadas.

Un cartero que conozco está siempre descansando, 
me trae tus párpados 
y quiere que firme 
trozos de papel invisible 
solamente para hacerme saber cómo 
o por qué 
debería mostrarme que él es tú. 

Guzmán González

Olvido del cáliz


"Podría dar un grito
pero se espantaría la transubstanciación
hay que guardar silencio
esperar en silencio."
Vicente Huidobro

I

Allí donde todos terminan, tú germinas un veneno nefasto
ahora me olvido de ti sin quererlo
es la vasta decepción la que me hace olvidarte
yo solía fantasear contigo, respirar tu falso deseo
me abrazaba a un estúpido sueño de vivir juntos un caminito
unas florecitas que te encargaste de sembrar en mí
para luego pisotearlas con ambos pies
apagarlas a golpes
qué grande tu ego, mucho más grande que mi infarto
no me brindaste siquiera una oportunidad de avivar mi cambio
ni siquiera un tanque de oxígeno agotado
ni un ápice de aquellas enormidades que disfrutabas prometiéndome
nada más que unos relojes rotos y un reparador que no fui yo.


II

Cuando apareciste por primera vez traías un cáliz avasallador, único
lo regaste en todo mi cuerpo trémulo
como sellando un sobre que contiene una carta
sin destinatario, sin cartero, a punto de volverse ceniza del todo
girábamos en una calesita sólo para dos
acelerabas tu caballo para ir cerquita del mío
mi caballo que flaqueaba
pero mantenía una estrellita en su hocico para besarla siempre que pudiera
en esa estrellita estaba tu rostro, tu barba erizada
tus anteojos negros de pasta para enfocarme a oscuras
tu sonrisa y su infierno irreversible
yo no veía ese infierno, no quería considerarlo
me quemaban las ansias de abrazarte todo, de tenerte todo
me disparabas vida, ganas de continuar
y unas cuantas notas musicales que alguien tecleaba
notas tan robóticas, tan orgánicas
te empeñabas en engatusarme con tus cosas simples
todo envuelto en un celofán brillantísimo
que me atravesaba el cerebro de punta a punta:
demasiado perfecto para ser duradero.


III

Un beso debe ser más incendiario que un revólver
los árboles de mi bosque tomaron otro semblante
al ver que ya no disparabas, se secaron rápidamente
tu infamia aterrizó en la pista donde yacía tu cariño
ese deseo de hipnotizarme dejó de importarte
rompiste la pantalla de mi alma con trompadas
sopapos que nunca vi venir en medio de mi ceguera transitoria
las cuerdas de tu guitarra ahorcaron mi ilusión
ya no eran mis dedos los que la hacían sonar
ahora otros dedos gordos se apropiaban de ti
otros toques te sacaban gemidos más profundos, más sentidos
ahora disfrutabas más unos chistes frívolos, fláccidos
en lugar del sonido de mi silencio
mis silencios abiertos que antes te imantaban
los aviones que me trajeron hasta ti hoy explotan en mi pecho
es sencillo: me querías y ahora tienes a otro como ídolo
no tengo otra salida distinta a rebobinar mi propio pasado
y enfrentarme a una nueva ruleta rusa, ya sin ti
si existe una cura para esto, esa cura es olvidarte sin remedio
por eso hoy desaparezco las lunas y sí, te olvido.
  
Guzmán González

Curso intensivo de sexo para dummies


Más acá o más allá de esta historieta
estaba tu pistola de soldado de Rommel
ardiendo como arena en el desierto
un camello extenuado que llegaba al oasis
de mi orto u ocaso o crepúsculo que me languidecía
y yo sentía el movimiento de tu svástica en mis tripas
oh oh oh
Néstor Perlongher

I

La opción más sana
siempre será no recordar
es lo que siempre se dice, lo que siempre me digo
y lo que nunca he sabido bien cómo llevar a cabo.
Recuerdo claramente nubes gordas
muchas nubes
todas atravesadas, haciéndose añicos
por los estruendos de los aviones
tan irreversibles
tú venías ahí adentro
rayos láser súbitos
dirigiéndose en picada fulminante
de ida y vuelta
hacia mi pequeña ciénaga cercada por hierbas
las hierbas finas de mi globo, mi sacrilegio.


II

Los espantos localizados alrededor
nos asustaban, mucho más a ti
pero pronto caímos en cuenta
de que nuestro mutuo espanto era más fuerte
más absorbente
más de salivas que de gritos
más de mano-sobre-carne
que de cuchillo-sobre-alma
la boca llena de alcohol y escorpiones
tu boca: jaula que encierra paraísos
ahí me encerré
dejé la llave a unos pasitos de distancia
me daba lo mismo si la gravedad
y mi torpeza me hacían caer de culo
con tal de mantenerme en cautiverio
dentro de tu jaula
en tus aviones donde éramos como nuevos pasajeros
dos neófitos histéricos
una única compañía entre las olas asfixiantes
un único fulgor sin codeína
dos corazones atorados, un poco secos
una única niebla perforada contundentemente
por un abrazo como bala
como espasmo
como orgasmo.


III

Nadar no es para amateurs
menos en un brillo azul del sol
un camino se hunde para sobrevivir, no para morir
de ese hundimiento surgen peces renacidos
dos peces: uno optimista, el otro no
más tarde, un hombre de barba
junto a él un hombre gordo
ambos en la cama
el hombre gordo abre las piernas con dificultad
el hombre de barba deja que su mundo entre
en la madrugada ya duermen, ya a oscuras
ya todos los vellos juntos
ya ambas respiraciones atonales
alguien prende una luz cerca, en medio de la nada
el hombre de barba se asusta
el hombre gordo lo tranquiliza
con un beso y un roce.


IV

Se dio un último estertor
una última lamida entre los cardos
Bob decía “La muerte no es el fin”
yo diría que el fin no es el fin
nunca
sólo lo es cuando no hay quien lo impida
los dos hombres se ven apartados
separados por un final pensado de antemano
ambos cuellos amarrados con la lengua del otro
ambos disparados hacia un futuro distinto
dos futuros distintos que podrían converger
y van a converger
aunque no sea para siempre
no importa si a uno le falta el aliento
bajo el agua el otro se lo da
el sol no terminará de deshidratar al corazón
un globo está a punto de despegar
va a sobrevolar las amapolas
y aterrizará por fin encima de aquel alfiler
(inclinado, filoso)
tan soñado
tan real
tan big bang.

Guzmán González

Las calcinadas sonrientes

Detente, Señor
Te ocultan las ramas suavemente
Trueno enmarañado
Balsa que aletea sin océano
Es tu océano en el que me ahogo
Profundamente respiro de a poco tu soplo
Mis manos desvinculadas de un ciclo sellado
Serénate que yo me sereno
Métele tu mano izquierda al aire y deshójalo
Las espinas señaladas por tus ojos no me indican, no me explican
Cuando el suelo temblaba, eran tu ilusión y la mía las calcinadas sonrientes
Y nos mirábamos sordos sobre un cráter cáustico
Arrastrando a las algas que expide tu mirada
Tu mirada de silencios socavados
No hay conflicto sin manipulación
Me afanas unos momentos (eternos) y unos suspiros
Desenfado único y perpetrado en mitad de mi pecho
Las hormigas delgadas van cayendo al lago
Entré a excavar sin ley en tu oído
Y di con el oro
Lo hallé regurgitando canales turbios y seductores
Borbotones de lava gélida
Tus dedos yéndose de tu mano hacia muchas direcciones
Todas las contemplo, en todas me pierdo, todas me han atravesado
La sonrisa que ostentas me ha tronchado como un martillo gigantesco
Los eneldos me observan burlones y susurran: “Espera”
Y yo, con ansia irremediable y los ojos bien abiertos, te espero.

Guzmán González

sábado, 24 de julio de 2010

El culo del cigarrillo

“No hay peces en aquel arroyo,
ni ermitaños en esos montes, sólo nosotros,
con los ojos legañosos y con resaca
como viejos vagabundos a la orilla del río,
cansados y malévolos.”
Allen Ginsberg

Con las pendientes destrozadas y la velocidad irrigada comienzo a intentar dilucidar esta extraña fruición que carcome al ente carcomido por su meta-angustia donde miríadas de duraznos enardecen a los pétalos insulsos e incoloros como permaneciendo en un profundo aleteo de insectos voraces que deshilvanan y deshilvanan recordar no es embarazoso es ulterior sólo si recuerdas mínimamente las turbadas luces de la última noche muy poco perfumadas por fortuna antes eran los halcones muertos antes era el tocadiscos giratorio el horno giratorio las canéforas entraban sonrientes en fila al receptáculo del estupor tras millas de viaje transpolar como cuando vamos al árbol de la asincronía a desternillar perejiles en las velas incendiadas de las siete pm la hora en que Fanny le pintaba las uñas a su chico de turno con la lengua de Dada y luego se convertía en una ruleta calva poseedora de pródigos lupanares en su pulmón izquierdo empiezas a cansarte calma ten calma un poco al menos porque el tren ha andado por todos lados sin un riel sin un cauce tan sólo un hematoma teledirigido que divaga por los intersticios de las lunas que se tumban a dormir en los tiernos sexos de las piedras cohabitando un espacio vacío por inherencia ven mi turbulencia esta es la primera vez que me dices te odio y me besas como en un secuestro labial las dunas tienen sustancias imprecisas con manos tibetanas que arañan a las espátulas opresoras toma esto lo siento pero aquello no es para ti corta la mufa es más funcional no hacerlo el confundido bailarín asiste a su primera audición pero la prueba consiste en bailar una cueca al lado de Lemebel el bailarín teme ser deshonesto y dimite de la audición las neuronas de Lemebel dejaron caer su sólido y aplastante mármol con satín y tacones que pisan más fuerte que una palabra monárquica ah por allí te veo dando saltos sobre un telón al que prendiste fuego por aquí te veo rociando tu saliva yo bañándome con tu sangre saboreando un raro e indeterminado elíxir asesinando a los compases merodeando por tu bosque cefálico muevo las ramas exhalo las bocanadas de un sentir vitriólico no me pidas el vuelco espera que el matiz dispare las púas necesarias las espirales en implosión quiero ver a los cristales arrastrándose y tomar una cena con tus miradas como guillotinas miles de celdas unas oblicuas introspecciones siempre desarman el devenir yo desarmo tú desarmas ven vamos juntos a defenestrar al sol y a toda la basura llamada universo vamos a correr pero arranquémonos las piernas primero así las arenas movedizas sólo tragarán sus tarjetas de crédito y sus cuentas bancarias que podrían empapelar entero al Taj Mahal qué tedio ellas fumaron sus imperfecciones y creyeron en Barthes pero Artaud sostiene diálogos a perpetuidad con mis córneas su estruendo de palabras malditas inconmensurables disecadoras montadas en pináculos que no paran de propagarse quiero fumarte completamente mi loco corazón que brillas sin luz suministrada sólo fulgor natural quiero que rayes la tierra con un báculo para pudrir a los repugnantes comandantes del circo atroz planetario como un tigre partido en dos quiero que el desencanto beba un par de martinis con nosotros y que después se envuelva con cinco sábanas negras acuérdate probablemente todo estallará en segundos la espuma dilatada las cuencas convexas en el enternecimiento de las nomeolvides que fluyeron entre la matriz arrobada y la señorita desprevenida ella se tragaba elefantes rellenos de lsd ven mi amor acaricia mi espanto démonos mil besos catatónicos como nosotros dos argonautas encerrados en una habitación de sanatorio dos salmones meticulosos y desenfadados abrazando a un mismo árbol sin raíz elevador de anfetaminas curioséame muchos despertares mantente aquí incrustado con tus vidrios perennes y tus puñales deliciosos sigue quemando todo el aire devorando al alba inexistente royendo mi cuerpo quiero que no pares de tarascarme vamos a plantar limones en las cestas que se van vacías por el río vamos a orinar en el río vamos a deleitarnos en el tiroteo de nuestros corazones mi amor veleta mi amor clonazepam mi amor alfanje no te olvides prefiero callar haciendo tambalear todo prefiero empaparte con mi horror prefiero que vaguemos por las latitudes sensatas de lo no palpado prefiero pasar por tu cuerpo como el humo que aspiras y que no sale de tu interior porque sin titubear has fumado el cigarrillo entero hasta su culo.


Guzmán González




viernes, 1 de enero de 2010

My dear clonazepam



Para Carmen ad infinítum


Soy una orquesta trágica

Un concepto trágico

Soy trágico como los versos que punzan en las sienes

/y no pueden salir

Arquitectura fúnebre

Matemática fatal y sin esperanza alguna

Vicente Huidobro


Él debe sostener entre sus brazos y sus horas al hijo, cuyo nacimiento impredecible fungió de Caja de Pandora y, por intrincadas palpitaciones del monóculo cotidiano, terminó fatigado de mañanas vastamente iguales. Cuando el hijo llora, las flores –tímidas- lanzan una espléndida sonrisa de escarnio, pero la desazón se mantiene intacta, apenas puesta, llena de ese cruento vicio que se enardece al crecer, aún con la plena seguridad de su muerte aproximativa.


Los halos de viento levantaban y agitaban la austeridad como un niño bailando un trompo en cámara lenta, haciendo círculos inmediatos que atravesaban el umbral de la emoción para él, quien por las noches debía abrigar su caparazón con THC en cantidades inconmesurables y darle de comer al tedio, mirar los árboles rebanarse palmo a palmo, tomar un té de avellanas ensalzadas al vapor, repetir el agónico silbido que nadie escucha, en últimas es lo mismo. Todas las hormigas en fila arrastraban su lento desguace por el suelo y él miraba siempre a la última de la fila, la cual parecía girar y girar sin lograr llegar a un punto, un jardín determinado. “La determinación es una sopa de tomates agria”, pensaba él masticando nada. De noche sólo pasaba fuera de la casa el cartero –un hombre de rostro entumecido y pantalones fervientes– mirando fijamente el rostro de los únicos dos habitantes de la casa, ensalivaba sus labios, se tocaba las nalgas pero nunca se atrevía siquiera a tocar la puerta. Un día el cartero se atrevió.


- Ya voy a abrir –él se levantó y puso al hijo sobre una manta en el suelo, éste tosió.


El cartero no consiguió esperar en pie hasta que alguien viniera a abrirle, dejó encima de unas flores secas una pequeña caja recubierta con plumas carmín y se largó casi levitando con mucha velocidad. Cuando por fin él –vicioso– salió a abrir, tras la puerta sólo había aire denso, entrometido. Volvió a la sala, al mismo mueble de siempre, tomó al hijo en sus manos nuevamente, los escalofríos –habitués de la casa– se tornaban más feroces, las cortinas no hacían otra cosa que bramar eufóricas, el techo de la casa giraba en espiral y luego volvía a su aburrida posición original. Él aguzaba sus dientes contraídos al sentir tan tangible el desastre inmediato, después sonreía y vaciaba completamente un jarrón de leche sobre el hijo, quien retozaba como gusano ecuestre sobre unas sábanas de lana empapadas.


Él sintió súbitamente un sismo a modo de esferas llenas de helio detonando, lo primero que conjeturó fue que tal sismo provenía de sus párpados, pero no era así. Si bien él había sentido el estallido en su rostro, no era allí donde se había producido. Tronaba afuera de la casa como si todo estuviera a punto de reventar a estampidos. Como pudo, él salió al patio trasero, encendió un cigarrillo y, a pesar de la inminente lobreguez, se percató de la fuente del retumbo: era una paloma un tanto extraña con algunos bucles de humo alrededor, la cual convulsionaba en el suelo agitando suavemente sus alas como bailando una cueca gélida. Él quedó como petrificado al instante, pisó el cigarrillo a medio fumar y reconoció en ese lento batir de alas una sensación monstruosa, implacable, enseguida recogió en sus manos a la paloma y al estar bajo la luz eléctrica palpó con sus ojos irritados que la paloma estaba completamente pintada de rojo, ese era el color que tenía implantado en todo su pelaje. Una tormenta irrumpió contundentemente.


La paloma pintada de rojo se convirtió en el tercer habitante de esa casa poluta y aparentemente serena, él sonreía como nunca antes lo había hecho (sin fingir), la paloma libaba en su pico los dedos de él, los días eran fríos por la lluvia aún cuando no llovía ni una gota, no había ninguna Nina ni Lady Day ni Aretha que aparecieran como un flash enérgico para hacer dilatar espumosamente el tiempo, no había alientos exactos o lágrimas de obcecación, no había ni una tableta de clonazepam al alcance, ni una, sólo había algunos conceptos innecesarios derramándose por la cornisa, cayendo en picada en un exorbitante charco de desilusión. ¿La monotonía? ¿Qué es eso? ¿Alguien acaso sabe cómo aliviar sin placebos?


Pasaron las estaciones paulatinamente, o quizá nunca pasaron, es difícil conseguir certeza al respecto cuando todas las mañanas son inexorablemente circuncidadas por la melancolía, y eso es tan sólo en las mañanas, porque la noche siempre aguarda cautelosa tras el velo para que cuando llegue su momento todo brille en un eterno estupor. Si los libros nunca se abrieran, ni siquiera por el viento que despedazaría las páginas, entonces los ojos no servirían más que para husmear como búhos (de lejos). La paloma pintada de rojo, en una madrugada repentina, aleteó en señal de despedida hacia él, quien –alterado– bebía los árboles de la desesperación al darse cuenta que el único diamante que había tenido en toda su vida se iba volando ahora con sus dos alas muy rojas, muy únicas, muy irrecuperables.


Desde esta fosa poco luminosa, yo puedo ver a la paloma pintada de rojo arribando tenuemente a Praga, como un adolescente en un crematorio que halla la anhelada salida debajo de su cama pero sólo la mira de soslayo porque prefiere contemplar el techo, el cual se abre de par en par haciendo caer estrepitosamente un gemido.


Guzmán González