martes, 9 de diciembre de 2008

Circo Downtown-Culo


Llegar es muy fácil: sólo es cuestión de conseguir una calle oscura, fijar con la mirada un punto en la lona, dirigirse hasta allí y abrir rápidamente la ventana amarilla reluciente que está en el suelo. De esta manera, está uno adentro.

Ya abrazado por el lugar, y sin salida en el interior del mismo, no es difícil percatarse de la presencia de las delirantes sonrisas de los zapatos, el humeante festín inter-motor, los lápices hechos trizas dentro de los amables estómagos, y más allá de todo eso, el suelo, otro suelo, un suelo diferente que tiene la forma de un convexo y multicolor amén. Lo importante es tragarse todas las espinas a tiempo, sin granos de café en medio de hot dogs, porque es mejor no atentar contra la noche y soportar su manera de amarrar a su parecer.

Pie, pie, se encuentra –o desencuentra– uno en plena dimensión pluri-beat, daga, daga, cuerpo sobre cuerpo interpretando excéntricas fusiones, pupila se desprende y va a merodear a las hojas en la esquina, se aburre, va por una cerveza, la bebe a medias como es costumbre porque enseguida tiene su boca demasiado ocupada con ese inorgánico simulacro de Coltrane venido del Carmen o no sé dónde, pupila lo abandona y vuelve a su posición original en el gran ojo.

Es complicado tener clara idea de la suma de los intrusos emolientes que se ha echado uno hasta el momento, pero ya está muy cerca el alba y esa suma deja de interesar, es el momento en que la intención es patear las latas. Los pies traspasan cualquier cosa sin siquiera rozar, y ahora es el dedo: se atreve a ir hasta la esquina donde es rey, y la francesa se lo pone de collar por unos segundos, éste logra desligarse y va raudo y despreocupado penetrando en línea multiplicidad de sexos, en frente de la monja, quien se saborea con su intrincada lengua en forma de cruz.

Repentinamente es uno mismo quien acaba encontrándose jalando la cuerda hacia atrás, atrás de la ventana amarilla, atrás del tronco roto y de los colores del viaje, atrás de uno mismo, por fortuna se vuelve sencillo recordar el camino de vuelta, con el montón de cenizas regadas al pasar y los gemidos que persisten tirados en el asfalto, aun cuando al sol se le da por iluminar.


Guzmán González